La música clásica occidental es un tipo de música académica que se basa principalmente en la música producida o derivada de las tradiciones de la música litúrgica y profana en Occidente, teniendo como foco mayoritario Europa Occidental. Posee un referente de transmisión fundamentalmente de tipo escrito (véase Historia de la notación en la música occidental) lo cual suele vincularse al carácter riguroso de su reproducción e interpretación. Aunque de forma amplia abarca un periodo de tiempo que va aproximadamente desde el siglo XI hasta la actualidad, es frecuente que se restrinja su uso para referirse a la música académica anterior al siglo XX. A pesar de que la música clásica del siglo XX posee estilísticamente diferencias substanciales con la producida en siglos anteriores, es está considerada el resultado del mismo proceso evolutivo. Si bien, las principales características del género fueron codificadas principalmente entre 1550 y 1900, que es habitualmente considerado como el período característico de producción de la música clásica, su desarrollo se extiende a todo el siglo XX y XXI.
En la primera década del siglo XX, Gustav Mahler fue uno de los más importantes directores de orquesta y de ópera de su momento. Después de graduarse en el Conservatorio de Viena en 1878, fue sucesivamente director de varias orquestas cada vez más importantes en diversos teatros de ópera europeos, llegando en 1897 a la que entonces se consideraba la más notable: la dirección de la Ópera de la Corte de Viena (Hofoper). Durante sus diez años en la capital austriaca, Mahler —judío converso al catolicismo— sufrió la oposición y hostilidad de la prensa antisemita. Sin embargo, gracias a sus innovadoras producciones y a la insistencia en los más altos niveles de representación, se granjeó el reconocimiento como uno de los más grandes directores de ópera, particularmente como intérprete de las óperas de Richard Wagner y de Wolfgang Amadeus Mozart. Posteriormente, fue director de la Metropolitan Opera House y de la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
Como compositor, centró sus esfuerzos en la forma sinfónica y en el lied. La Segunda, Tercera, Cuarta y Octava sinfonías y Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra) conjugaron en sus partituras ambos géneros. Él mismo advertía que componer una sinfonía era «construir un mundo con todos los medios posibles», por lo que sus obras en este campo se caracterizan por una amplísima heterogeneidad. Introdujo elementos de distinta procedencia como melodías populares, marchas, fanfarrias militares, mediante un uso personal del acorde, entrecortando o alargando inusitadamente las líneas melódicas, acoplados o yuxtapuestos en el interior del marco formal que absorbió de la tradición clásica vienesa. Sus obras sinfónicas adquirieron desmesuradas proporciones e incluían armoníasdisonantes que sobrepasan el cromatismo utilizado por Wagner en su Tristán e Isolda. La apariencia del desorden que resultaba, con el esfuerzo extra que demandaba reconocer alguna formalidad «clásica» en su estructura, generó la incomprensión de su música, atrayéndole una hostilidad casi general, pese al apoyo de una minoría entusiasta entre la que se contaban los miembros de la Segunda Escuela de Viena, que lo tenían por su más directo precursor.
De entre su obra, cabe señalar sus nueve sinfonías terminadas (diez, si se incluyen los bosquejos de la Décima) y varios ciclos de canciones o lieder. Sus principales colecciones de canciones son: Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un compañero errante); el ciclo Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del muchacho), basado en una recopilación de cantos populares alemanes; Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos) y las canciones Rückert-Lieder, basándose en ambos casos en los textos del poeta alemán Friedrich Rückert; también, la renovadora síntesis de sinfonía-ciclo de canciones Das Lied von der Erde, con letra de poemas traducidos del chino al alemán.
La revalorización de Mahler fue lenta, al igual que la de Anton Bruckner, y se vio retrasada a causa de su gran originalidad y del auge del nazismo en Alemania y Austria, pues su condición de judío catalogó a su obra como «degenerada» y «moderna». Lo mismo sucedió con otros compositores, caídos en desgracia en el Tercer Reich. Solo al final de la Segunda Guerra Mundial y por la decidida labor de directores como Bruno Walter, Otto Klemperer y, más tarde, Bernard Haitink o Leonard Bernstein, su música empezó a interpretarse con más frecuencia en el repertorio de las grandes orquestas, encontrándose entre los compositores más destacados en la historia de la música.
Wolfgang Amadeus Mozart compuso 22 óperas en diferentes géneros musicales. Van desde las obras a pequeña escala –derivadas de las que compuso en su juventud– a las óperas de mayor envergadura de su madurez. Tres de las obras fueron abandonadas antes de terminar su composición y no fueron representadas hasta muchos años después de la muerte de su creador. Todas sus óperas de madurez son consideradas obras clásicas y siempre forman parte del repertorio de los teatros de ópera de todo el mundo.
La Novena fue el primer ejemplo de un compositor importante que incluyó partes vocales en una sinfonía. El movimiento final, el cuarto, de la sinfonía presenta cuatro solistas vocales y un coro en la paralela tonalidad de re mayor modulada, conocida comúnmente como la «Oda a la alegría». El texto fue adaptado de «An die Freude», un poema escrito por Friedrich Schiller en 1785 y revisado en 1803, con texto adicional escrito por Beethoven.